Por Dixon Rojas.
1 de junio de 2012 a la(s) 17:55
Cuando era más joven, Me deje seducir y envolver por la música y su
ambiente , creí que me convertía en una especie de ser diferenciado, y
que formaba parte de un “clan” donde otros similares devotos, afinaban
en mi carácter, mis ideales, mis objetivos y mi forma de ser en lineas generales; y que cualquier discusión
relacionada con tales semejantes, se resolvía bajo el paraguas del amor
hacia la música, pero sobre todo, bajo los valores que ésta nos ofrecía.
Más allá de mi aprendizaje teórico, aprendí a no dejar de ejercitar los
oídos hacia la obertura y la comprensión -ejercicio vital también para
ser persona- aprendí y aprendo a abrir el alma ante los misterios de
lo indescriptible e indecifrable, a No negarme ante acordes aún sin nombre,
impronunciables en el método tradicional que nos subyuga, y sobre todo a no cerrar la mente ni las ideas ante lo desconocido. Este ejercicio
místico (y digo sin complejo alguno), creía propio de cualquier
músico, unos valores que me hicieron creer, que en mi gremio, a todos
nos movían las mismas cosas.
Cuando visitaba algún
sitio nuevo ó desconocido, exploraba un poco los sitios conocidos
visibles, las calles sobre las que ejercemos cierto control,
preguntando a los locales sobre el lugar en sí; en la “normalidad”
asumida, en la que nos dicta la seguridad de ser músico. Siento, que hasta
ahora, mi paseo por el “país de los practicantes de la musica” apenas ha
excedido de una visita típicamente turística, exceptuando, ciertos
callejones, transitados por muy pocos; extraños e inusuales pocos, que
de tan inusuales y extraños, se nos antojan a la desconfianza, que de
tan incomprensibles y desconocidos, nos arrebata el miedo disimulado,
aquellos que al intuir mínimamente su gran sabiduría, nos descubre la
insoportable sensación de la levedad de nuestro ser.
Pero volviendo al paseo turístico. Llevo unos días, que por fuerzas de
causa mayor, he paseado excesivamente por las avenidas concurridas del
“país de los practicantes de la música”, entre la inercia de las ovejas,
ensordecida de un balar egocéntrico sin fin, ni dirección. Un golpe de
realidad, donde siento el abandono total de aquellas creencias juveniles.
No! Los músicos no somos iguales, no nos mueven los mismos valores; No
sentimos La Música de la misma manera. Básicamente, y como denominador
común, he descubierto, que existe una falta de respeto total hacia ella, más bien priman las apariencias, el poder, el estatus y la vanal necesidad de
crearse algo en las entrañas, que justifique la reverencia al ser
no-querido que llevamos dentro, anhelante vehementemente, un anhelo
vitalicio para nuestra desgracia. Duele saber, que ya desde
tiempos de Aristóteles, se le concedía a La Música un poder ético,
indispensable para nuestra formación desde la infancia. Que los griegos
desarrollaron el misterio de las melodías y los modos, bajo el respeto
indiscutible, del poder anímico y espiritual de La Música. Cómo
imaginarme los días, meses y años, que Pitágoras dedicó a escudriñar
los enigmas de tal poder, y cómo partiendo de sus conocimientos
matemáticos, concluyó la naturaleza de lo que conocemos hoy como
armonía y la afinación de la escala musical. Mucho antes, Confucio
concebía la música no como un entretenimiento, sino como una vía de
purificación de los pensamientos propios; uno de sus discípulos, k’in dijo una
vez: “Podemos imaginar que el cuerpo del músico está en una galería o
en una sala, pero su mente mora entre los bosques y los ríos”.
Pero no pretendo dar ninguna clase magistral de historia de la música, ¿para qué? ¿serviría
de algo recordar que la génesis de La Música en cualquier cultura,
viene generada por un contacto místico? Por una necesidad enigmática,
por la búsqueda de la belleza, por el encuentro con lo sobrenatural,
por el contacto con nuestro interior, por el contacto con nuestros
semejantes, por la exploración con lo extra-sensorial, por el abrazo
con la emoción, porque a través del poder que ejerce sobre cualquier
ser vivo conocido, nos conecta con nuestra condición humana…
¿En qué se ha convertido la relación de los “practicantes musicales” con La Música?.
Paseo por la avenida turística de este país pervertido y sólo
encuentro, sólo escucho, practicantes con ansias de poder y fama, Que vomitan
su “música” como balas sin dirección, una melodía incesante que clama,
que ruega “¡mirame, idolatrame, apruebame, dame, contratame!. Porque en
esta avenida de nuestra vida, los transeúntes están rodeados de
flechas luminosas que prometen una vida mejor. Sigue la flecha, como
quien sigue el ejemplo. Me rodean centenares de seres que me piden mi
atención. Me auguran la liberación de la frustración, pero no me
explican qué la genera. Esta avenida es una violación pública
consentida. Algún conocimiento extra sobre la influencia de La Música
en la historia, me devela, que aquellos que a lo largo de los años hemos
explorado, difundido y ejercido su verdadera naturaleza, también hemos
sido perseguidos o ridiculizados. Y que mayormente, se nos puede
tildar en contra de la la Iglesia, las modas, las buenas costumbres,
las correctas apariencias, algo así como los señores de la noche de
felicidad efímera. A veces, el éxito en la música, viene acompañado de
un éxito mediático, no es incompatible. Otras veces, no! El éxito del
que hablo, es simplemente, es crear una relación honesta con uno mismo,
conectar con la música hacia adentro, para uno, con uno, a través de
uno. Desde ahí, irrevocablemente, llega afuera sin malgastar esfuerzos.
Y otras muchas veces nos convertimos en payasos que alegran un ambiente
en determinado momento.
Pienso abandonar de cierta
forma (en mayor o menor grado) esta avenida pronto, hay que superarse y
culminar ciclos. Volveré a aquel callejón tranquilo de mi vida, donde
sentí con terror, como caía en el vacío de lo desconocido y me alejaba
de a poco de Dios, donde mi cuerpo no era más que una mota volátil
vapuleada por el capricho de La Música y su antojo indescriptible pero
tenia un propósito divino... ¿decepción, dudas?, sólo al principio,
ahora, simplemente sé, que he aprendido Un poco más.